lunes, 5 de mayo de 2014

En el trabajo

Habíamos quedado en que pasarías por mí al trabajo, mis alumnos y otros maestros ya se habían retirado. Solo quedaba el señor que hace el aseo  y yo.
Cuando llegaste aun me faltaba terminar de calificar algunos trabajos de mis alumnos así que decidiste esperarme para no llevar el trabajo a casa. El señor del aseo decidió retirarse de la escuela pidiéndonos cerrar bien al hacerlo nosotros.

Termine pocos minutos después y te dije que podíamos irnos, tome mi bolso y camine hacia la puerta, pero tú no te movías, simplemente te quedaste sentado. Al voltear a verte pregunte qué pasaba, te pusiste de pie y comenzaste a remangarte las mangas de tu camisa. Esa acción me estremeció a la vez que me paralizo, es una clara señal de que un castigo se avecina pero estado en mi salón hizo que me asombrara aun más. No lo podía creer y por un momento pensé que solo bromeabas. No era así.
Tu voz firme y clara me ordeno dejar mi bolso y pararme frente a ti. Titubee por un momento y negué con la cabeza, así que caminaste hacia mí y me llevaste de la oreja hasta donde querías que me parara. Alzaste mi rostro y pediste ver tus ojos, mis puños estaban cerrados y no podía sostenerte la mirada. Mi pierna se movía por el gran nervio que tenia.
Comenzaste a cuestionarme si sabia cual era el motivo del castigo. ¿Cómo iba a saberlo si nunca había estado tan nerviosa? . Al no recibir respuesta jalaste de mi oreja y de nuevo preguntaste, negué con la cabeza. Entonces me pediste darte una regla… “por favor, aquí no”.  “ no te estoy preguntado, hazlo o te va peor”. Ni mis ojos de borreguito surtieron efecto esta vez y tuve que entregarte la regla que pediste.

Estando de nuevo frente a ti, colocaste mis manos en mi escritorio. Podía ver claramente todo lo que tengo en él: trabajos calificados, plumas, listas de asistencia y pequeños adornos que me han ido regalando. Mientras observaba todo eso comenzaste a levantar mi falda, bajar mis pantaletas y a pasar tu mano sobre mis nalgas. Ese acto me estremeció aun más y de nuevo cuestionaste sobre el motivo del castigo… “no lo sé”.  “ en verdad no recuerdas?, veamos si esto te ayuda a recordar”
Comenzaste a darme una serie de nalgadas que hacían que alzara los pies y formara un puño con mis manos. Pero no podía recordar el motivo del castigo, decidiste detenerte un momento y acariciarme, seguro mis nalgas estaban rojas y calientes, pero no lo mencionaste.  Te diste cuenta  que en verdad no recordaba lo que me puso en esta situación así que hicimos un trato… un trato que –por supuesto- a ti te convenía. Me dirías la causa del castigo, pero este finalizaría con 20 azotes con algún objeto de mi salón, sino continuarías azotándome hasta que recordara.  Acepte el “trato”.
El motivo fue por una serie de travesuras que había hecho la semana pasada, pero como no habías tenido tiempo de reprenderme lo habíamos dejado pasar, hasta el día de hoy. “Ya recordaste, cierto?",    “si”. Entonces jalaste mi silla  y la pusiste frente al pizarrón, me llamaste y me colocaste en otk. Comenzaste a nalguearme y a regañarme por semejante travesura que había realizado, aunque me dolía mucho no emitía ningún sonido, trataba de evitarlo lo más que pudiera; continuaste azotando con la regla – la cual parecía que en cualquier momento se rompería, pero no sucedió-  y proseguiste nuevamente a mano limpia.

“Así que no te esta doliendo? ,  párate!!! “. Me ayudaste a incorporarme y de nuevo colocaste mis manos en el escritorio. Pude escuchar como sacabas el cinturón de tu pantalón, te suplique que no me azotaras pero nuevamente todo fue en vano. Poco  a  poco fueron cayendo los azotes, cada vez se hacían más insoportables y por más que quise evitarlo comencé a quejarme. Terminaste con ese instrumento y sobaste mis nalgas un poco.
“Dame el objeto con el que te castigare”. Busque un poco y te entregue el puntero con el que les señalo cosas a mis alumnos en el pizarrón, al entregártelo en las manos suspire pues supe que no era la mejor opción ya que dolería más de lo que imaginaba, pero no encontré otra cosa que darte.
Colocaste mis manos en el pizarrón y comenzaste a jalar el puntero para hacerlo más largo, ese sonido que emitía seguro lo recordaría día a día, cuando tuvo el tamaño que deseabas comenzaste a azotarme.  Fueron solo 20, que comparados con castigos anteriores no eran muchos, pero ese puntero dolía y ardía de una manera tan especial que seguro se convertiría en uno de los instrumentos que mas odiaría.
Cuando terminaste guardaste el puntero en tu saco para futuras ocasiones, pegaste por completo mi cuerpo en el pizarrón y tu mano comenzó  a explorar para revisar si estaba mojada; sin darme cuenta así era. “no tenias permiso para mojarte pequeña, eso será otro castigo llegando a casa”.  Cerré los ojos y solo susurre “si, señor”.
Revistaste mi bolso y sacaste la crema que siempre cargo, nuevamente me colocaste en otk  y comenzaste a acariciar para calmar el dolor,  ardor y calor que el castigo me había dejado.  Me acomodaste la ropa y salimos de mi trabajo, fingiendo que nada ahí había sucedido.